Todo contribuye a matar la vida nocturna de la capital francesa: precios altísimos, controles policiales rígidos y repetidos, ausencia de transportes públicos, taxis fuera de precio y escasos y represión obsesiva del ruido.
Por Eduardo Febbro
Desde París
París se muere de noche. Los turistas suspiran de emoción cuando el metro de la línea seis cruza el Sena al aire libre sobre el Pont de Passy y de pronto aparece, redentora y mágica, la silueta de la Torre Eiffel iluminada con un fondo de estrellas nacientes. Pero cuando cae la noche completa, el suspiro deslumbrado se vuelve un bostezo sin fin. Cara, tediosa, oficial, súper controlada, la noche parisiense se ha convertido en un lugar sin refugio para los nocheros del mundo. “París s’eveille” (París despierta) dice una célebre canción. Hoy, la letra ha cambiado de sentido: “París se adormece” dicen en coro abierto no sólo quienes buscan una estancia decente y accesible en la noche parisiense. También, los profesionales de la noche, propietarios de bares, restaurantes y lounges se sumaron a los decepcionados de las lunas urbanas de París para firmar una petición y salvar las aburridas noche de la ciudad. Los 13.000 firmantes de la petición “la noche se muere en silencio” lamentan que la capital de Francia se haya convertido en la capital del bostezo, en un museo tan bello como inerte.
El desierto nocturno es tal que incluso la Municipalidad de París intervino para soplar un poco de vida en las moribundas y aburridas noches de París. Precios delincuentes, lugares que cierran temprano, controles policiales rígidos y repetidos, ausencia de transportes públicos, taxis fuera de precio y escasos, pocos locales abiertos, prohibición de fumar, represión obsesiva del ruido y una ausencia dramática de creatividad nocturna y festiva contribuyeron a matar la fascinante vida bajo las estrellas. París se ubica hoy muy lejos de Londres, Barcelona o Berlín, auténticos y vigentes templos donde la noche es una aventura abierta. El aburguesamiento de la capital de Francia, el precio excesivo de los consumos y los alquileres y el hecho de que el ruido de cualquier fiesta termina de inmediato con la intervención de la policía son los otros factores que asfixian la vida nocturna en una capital donde, sin embargo, el 62 por ciento de la población tiene menos de 44 años. El 45 por ciento de los parisienses trabaja después de las 8 de la noche (eso en Francia es un sacrilegio) y el 25 por ciento lo hace toda la noche. Pero la juventud no baila ni se divierte fuera de la cita oficial de los sábados y de los grandes eventos organizados por el Estado: 14 de Julio, Fiesta de la Música, La Noche de los Museos.
Ocurre también que, a menudo, salir de noche es enfrentarse a un gasto que supera la buena voluntad de cualquier bolsillo y, muy seguido también, expone a la amenaza de una estafa. A partir de cierta hora, los bares del barrio de la Bastille cobran el doble por los consumos sólo porque es de noche. En un modesto (modestísimo) local nocturno, una vulgar cerveza cuesta 14 dólares, un paquete de cigarrillos 14 dólares, un vaso de vodka o de whisky 30 dólares y un “café alargado”, es decir, no un café doble sino un café con más agua, se paga entre 7 y 8 dólares, lo mismo que un té. Conseguir un taxi es una hazaña, casi no hay y cualquier recorrido sube a 30 dólares. A la vez, en auto no se puede circular mucho debido a las leyes contra el consumo de alcohol. Tampoco vale la bicicleta. La policía es tan estrecha que un individuo que circula en bicicleta con un porcentaje de alcoholemia superior al tolerado termina en la comisaría en la sala de “desemborrachamiento”, previo pago de una multa y un tirón de orejas.
la noche parisiense es un territorio controlado, reservado a los burgueses con plata y bienpensantes, donde todo cierra temprano, no más allá de las doce y media de la noche, y donde, para poder ingresar en un local nocturno, es mejor ser blanco que tener rasgos de otras latitudes del mundo. La noche parisiense se ha vuelto también un colador étnico. Sólo acceden los que tienen aspecto de “semejantes”, es decir, los blancos y disciplinados. “París es más aburrida que Ginebra”, deplora Antoine, el propietario de un bar situado en un barrio que antaño fue uno de los altares de la noche, Les Halles. Un informe sobre la competitividad nocturna de París, realizado por los estudiantes de la Escuela de Comercio a pedido de la cámara de sindicatos y cabarets artísticos y discotecas, ubicó al París nocturno entre las ciudades más tediosas de Europa. El mismo informe establece la lista de los principales problemas que crea el desierto nocturno: imagen de ciudad museo, transportes públicos poco desarrollados, vida nocturna denigrada por los poderes públicos, noches restrictivas para las minorías étnicas. Jean Paul Bros, encargado del turismo en la Municipalidad de París, prometió acciones concretas para 2010. “No podemos tener una ciudad que se duerme a las 8 de la noche, es demasiado triste”, asegura el responsable municipal. La municipalidad creó una página web para promover la noche (Paris Nightlife) y editó un mapa de los locales nocturnos destinado a los turistas.
Pero es tristísimo. Los bulevares, a las 11 de la noche, son un desierto y los pocos locales abiertos representan un riesgo de pagar 10 dólares por un café o hacerse llevar preso porque hay demasiados clientes fumando en la puerta de un bar y los vecinos llamaron a la policía. Noche oficial, noche de jubilados tristes. Eric Labbe, propietario del local nocturno Electro Kitchen, comenta: “Estamos en una lógica total de seguridad. Tranquilidad y seguridad. Es más práctico que la gente se quede en su casa en vez de que salga de noche”. Otra de las asociaciones que lanzaron un grito en la noche para salvar a París del tedio lunar, Technopol, tiene un slogan evocador: “Local cerrado a causa de ciudad muerta. Gracias por dirigirse a otra capital vecina”. Francia se ha adormecido frente al espejo de su propia historia y los destellos de la identidad nacional, promovida desde los altares del Ejecutivo. El entierro de la noche parisiense no es más que el brillante reflejo de un mundo sin dinamismo, donde sólo lo oficial tiene cabida, un mundo ebrio de tanto contemplar su imagen bajo la temprana luz de la luna.